COSAS DE LA MADRUGADA

Las escobas siempre me reclamaron,
será mi perfil de bruja,
que algunas pulieron a golpe de bisturí.

Los gatos callejeros perseguían mi cola
y asustada corriendo a casa de mi abuela
que con cepillo en mano los espantaba,
descubrí que olía a gata.

Entonces las hojas ya eran mis amigas,
escribía en papel perfumado y frascos de colonia vacíos,
los cirios de una doctrina particular.

Mi madre no llevó bien
que sobre el empapelado de una rancia habitación,
dibujara a estaca de lápices de colores,
una selva:palmeras,loros,tucanes,flores exóticas...

Me ocurría algo,

por eso roncos de lirios por las noches
y pecas trazaban mi piel en forma de rayas.

Ser felina en una vida de perros,
de fidelidad hipócrita,
a pesar de ponerme indistintas correas,
bozales de relaciones,
jaulas que me exponían al peor de los circos.

Tras el cristal veía sembrado de hierbajos
con colchones raídos y tenía el deseo irrefrenable
de cazar saltamontes.

No era feliz,
era como otra botella de perfume
de mi balda
que sólo era la pieza de un órgano eclesiástico,
no podía ni ir  al aseo sin acompañante,
me bañaban vestida,
y un rayito de sol,
el único trueno de mi tormenta,
en esa época la muerte era mi amante secreta.

Hasta que no descubrí que arañar
mi cara no era ser insecto,
que  romper la cadena de Bucay
era simplemente dar un portazo.

No fui feliz.

Pero ese viaje por montañas agrestes no fue fácil,
hubo víctimas de por medio.

Mi familia dejó  los botes de pintura
a la espera de mi retorno...

¿Acaso no veis que no soy un dálmata,
si no una persa?

Por eso recostada en mi soledad
lamo cada una de mis heridas,
muevo mi apéndice en espera de una decisión,
vuelvo a escuchar las patas articuladas,
los grillos,
la algarabía de las raspas.

No tiene nada más que tender una pata
y me marcho contigo.

Cambio.











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