MUÑECA DE ADORNO.

Mi madre de niña
me cantaba una canción de arriero,
al compás de Tramontana.

No tengas miedo, hija de la brujas,
aunque de un hilo de seda,
pendan tus pies y de cabeza  hacia la humareda de un aquelarre,
no tengas temor,
niña que los fantasmas si existen
y sabrás distribuirlos pues huelen a margarina de merienda.

No tengas miedo, me decía mi abuela, del mal de ojo con cara de bondad,
pues tu corazón aunque arado es de titanio.

Por eso fuimos duras contigo, para que aprendieras a levantar el centeno con la mente,
asir la escoba por su extremos,
hablar con los gatos,
a parir amapolas sobre rocas,
a cocinar tulipanes de bulbo amarillo
y sacar la receta maldita,
del filtro de Tristón e Oseo, del agua de los jarrones
y de las ranuras de las aceras.

Teme más de lo vivo desprecio que de lo muerto callado.

Y allí en la hoguera
con la ropa prendida
apesta a colonia de supermercado
me van incendiando
como una muñeca de plástico,

¿No oyes?

Como cruje el plástico.

¿No hieles?

Es la goma quemada.

No, no poseo pavor.

Soy libre.

Porque lo que no te mata te hace más fuerte.



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