CAMBIO DE ARMA RÍOS

Hubo un tiempo
que los cajones
salieron de sus mesas.

Que las perchas
fueron gaviotas.

Y desdoblada la ropa
se empeñaba en volver al hueco foso,
tímida sin desear vestiduras.

Años que no me regalaban flores

y tener la paz instantánea
de fundirse en forma de gránulo en un café, italiano,
de esos que alegran las consolas 
para el retorno a casa.

Cada mueble con su cavidad matemática,
archivando cada bota, americana y pañoleta.

Planchado de costuras 
a las medias.

Y estirando las toallas
con las puntas al oeste.

En mi trabajo, me llaman Dorothy
desde hace infinidad de carreras, 
pelusas y pantalones descoloridos.

Porque quiero volver al traje chaqueta
aunque me quede pequeño,
a las caricias maternas
y ya llevo, por lo menos,
las tapas gastadas de cien zapatos rojos.

Cal mar es lo único que queda
en estos bolsillos y bufanda.

Tu amor no se ha diluido ni por un momento,
es un jersey a prueba de balas,
pero, madura he de reconocer
que soy una espiga en el foulard de tu garganta,
el botón que no pega con el resto
y ya he admitido mi derrota tintorera.

Sigue en una blusa, con un hilo de tu cabello,
como las bolas del pelo de los gatos
alojadas en el portamaletas grágeos.

Con mesura de metro, sin tiranteces,
holgado como una sudadera XXL.

Mas sabed que ya no sufro,
ni padezco sarna de imperio,
soy una túnica de malvas
comprada en una viaje a escocía.

Sin resentimiento claudicado,
serena, sin frío.

Los cajones cerrados
y todo con pliegos volantes 
como si jamás te hubiese conocido.


Felicidades era lo que pretendía la mudanza de tu ropero:

La mujer invisible
con el corazón de lunares.

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