CARTA DE HELADOS

I

A veces lloro
en silencio
para no despertar
el cuervo negro
que anida en mi esternón.

II

Una vez sentí
que alguien dio su mano,
quedando suspendida
bajo una enorme mar
de gelatina de fresa.

La nubes era golosinas
y no había ni una estrella
que no pudiese ser degustada.

Pero vinieron los pájaros
con su pico curvo
y ese ojo diminuto
de tinta negra.

Y caí estrepitosa
en una máquina
de helado
que me fusionó
con las esperas
para adornar las copas,
los conos,
las tarrinas con cuchara de color,
y añoré tanto ser cacahuete
que no vivo
ni un tío
en la ilusión de la sonrisa
de un niño
aunque acabe en su tripa
de infancia.



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