No me creo nada.

Cómo hablar de victorias políticas,

acaso no observáis que todo es un baile veneciano.

Euforia
y el depósito
con nuevos profetas 
invocando siempre sombras pasadas.

Este pueblo de oídos balón,
de forma humana
en un recorte de papel,
diario continuo
de su inocente destino
al matadero.

La gente habla en sonatas
de cuatros estaciones,
y es en la calle
en la calle,
calle
donde hable
que no somos más que residuos
en este ente de países cosidos 
a base de grapas,
pensiones y carreteras.

Pues los que realmente
ordeñan el mandamiento de la leche,
son dónde la extrema 
ha ganado reses
y cortarán el fino hígado
para dar de comer a los perros 
de este núcleo:

endorfinas,
amianto
y metástasis,
a la calle,
hay que salir a la calle.

Siguen expulsando cálculos renales
de las casas,
de las fábricas,
expropiando azoteas
para antenas móviles
que espíen
hasta la última arcada.

De esta obra de teatro
donde todos han ganado
menos el pueblo.

Que como una fulana
necesita un protector 
para sacarle los cuartos del baño.

Me dice usted qué me calle,
a la calle.

Pues, a la calle
que mañana 
hay que volver a resucitar.


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