Hay penas más grandes que el desamor.

Voy por la calle,
tarareo una canción.

En el Telepizza,  ayer y hoy, por cinco euros
venden una masa familiar.

Hay cola.

Sí, por un billete tengo familia,
quizás tome vuelo.

II

Bochornosa tarde,
la humedad 
traspira en todas las axilas del mundo.

Acaso, no se han enterado
que aún no es otoño en la  corte anglosajona.

Lo dice la tele
que es resabia
cada cuatro estaciones.

III

La verdad.

Cuál es la verdad.

La de ellos y la  mía.

La tuya ó la del resto.

IV

Toma una naranja
y la partes, por favor,
con el cuchillo más afilado.

Luego,  licua su sangre.

En un vaso, que echa a faltar a sus cinco hermanos.

Del jugo,
cuenta las pepitas.

Ahí están el  número de  mis pecados

y huelen a mandarina.

V

Cómo descubrir que tu amiga
ya no es tu hermana:
te rehuye, esquiva meteoro tu presencia en público,

y en una cadena de favores pérfidamente ronronea.

Sí, como saber si alguien que querías
te ha vendido, porque la soledad es muy mala.

Momento en que una la besa y,
ni en su peor trance,
calla bajando la mirada  con las manos mojadas.

Acaba de lavarte los pies.

Y tú mema.

No te diste cuenta.

VI

Pero resucitada voy cantando por  la  Avenida Valencia.

Te perdono.

Qué sepas que yo ya lo sabía,  me avisó un hombre de madera.

Te perdono.

Y quise hacer una triste prueba.

Te perdono.

Cuando la mano prieta
chocó con una mano muerta.

Te perdono.

Yo te quería como a una hermana.

Te  perdono.

Ahora ya no,
toma tu rama de olivo
y una bolsa de pepitas de naranja
y siembra perdones

pues, lo de antes, está en tierra estéril.













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