Coser el ombligo.

Los camiones cisternas lubrifican las calles,
las cafeteras se desguarnecen de sus yelmos
con un sólo brazo de malaquita.

Exterminadas, como los buenos modales
de abrir las puertas a los ancianos
y no desahuciarlos de sus sillas.

Cada día un cohete con su cápsula "Clooney"
higieniza la atmósfera
del chorreo de un café de pobre.

Ahora, que me detengo
con la lluvia de palabras jamás escritas
desearía un gramófono para descifrar su rugido,
pero, creo entender, que ruega el aleccionamiento
en la necesidad de sentarme en un banco de una puta vez
y me ponga exclamar las causas
por las que un poeta menstrua cada ciclo.

Necia trifásica
mira por la azotea
deja el pino, pony, pena, pene, púnico y pubis,
estira tu lengua
y haz que azote como una llamarada
lo que está ocurriendo en este incienso pueblo,
niños que entierran a niños,
en vagones de cercanías 
recién llegados de Sorolla.

Casas sin dueños, especuloción, paro-lógica, 
expulsión de cerebros en morgue ferroviaria.

Abre tus alas,
deja la pluma para los que recogen alimentos en los días de viernes negro,
y levanta los brazos en esta tormenta marketing,
desnúdate de egoísmo, 
y corre, loca acelerada por el cambio.

Aunque sólo sea una,
una sílaba con otra.

Grano de arena, gota de agua, viruta antes del incendio.

Salgamos de los antros urbanos
y empieza a chillar,
porque lo difícil no es callar,
es empezar el primer grito.

Sucia de mí,
con las manos manchadas de poemas.


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