Sálepus tú la razón.

Un año de terapia
y sentir que aún en dependencia
deja la hoja ser libre al amparo de la corriente,
un momento de reencuentro
con hombres vestidos de muerte
de ir aflorando en este lunar rojo
el humo de un cigarro que prende en esternón.

Quedan las señales,
bordados
que sólo descansan bajo la ducha.

II

Y allí
en lirio, en mediana de carretera
voy descamando arenques en un mercado
hacía minas antipersonas que explotan 
y llenan las paredes de mármoles rojos.

Porque él supo, 
de la inclemencia 
del terror debajo de la mesa camilla,
la cámara de gas convertida
en la  imagen de la memoria,
la indivisibilidad de contemplar con dos retinas
la externa de bacteria
y la interna hasta el fin de mi respiración.

III

Por eso inventé mundos paralelos
donde refugiarme de la hiena,
y ahora comprendo que yo no tuve la culpa,
de ser la víctima
y que la presión hace que las mangueras arrinconen
a los manifestantes de la paz
entre cólera y col ramo de novia.

Por eso en esta metamorfosis, me siento libre,
como nunca,
no vivo ya en el muelle
de un colchón sofá-profético
a la espera de las mercancías aduaneras.

Vivo, para saber morir.

Del único modo que mueren los poemas
recitados 
sottovoce
en un metro destino  Londres.


Lluïsa Lladó.



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