Cruce de cables.

En la recepción de los centros comerciales
yacen butacas tapizadas de cuero plástico,
que por un euro hacen las delicias
de todos los cuerpos centrífugos,
desde la arandela hasta el escorbuto.

Si he de ser sincera, si me dan a escoger
entre el poeta y el pulidor de vértebras,
me quedo con el primero,
sin ninguna retina oblicua
ni epifanía de erizos.

Usted, sabrá, su conveniencia
si vale la puerta el retiro para la satisfacción aleatoria
o se sacude el polizonte que lleva
dentro tatuado, carpa ostentosa
para ser del universo.

Personalmente, yo un día tomé la elección,
pero, no se lo reprocho, que en su exilio
de gamos y narices ortopédicas.

Uno prefiera reservar la dentadura
para los banquetes con hueso,
y yo no soy más que el níspero
que cayó del carromato.

Y si me dan a escoger
me quedo con el primero,
con su poema desguazado,
su guadaña perenne
y el precio de la terquedad supina.

Aunque, tiene usted, infinitas las razones.
porque para ser, vivir, defecar, inspirar y rendir
poeta
es del todo jodido.

Morar en un isla a nada.
Y sentirse solo.


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