El cuento de Flandes

Erase una holandesa errante,
que habitaba cerca de un invernadero.

Todas las paredes de la casa
estaban acicaladas
por un despliegue de tulipanes
y con sus zuecos de madera
regaba de palabras cada flor.

Vivía con tres cacatúas, sí, ahí, mirando a su panza,
tres cacatúas, y la decisión
que la normalidad urgía
en su salsa existencia.

Entonces, decidió invitar
a Aafke a cenar.

Su primer deber era recuperar la amistad
de aquel hombre de cuarzo.

Aafke cuando se personó,
después de "75" mensajes,
se le cayeron las lentejas de sus ojos,
y blanco atónito empezó a contar
las cacatúas.

He de decir que Aliet sonriente,
estando quince segundos sin respirar,
aguardó su benedicto.

Las cacatúas, hicieron, lo mismo,
con su veloz análisis de las cosas,
y redimidas se frotaron mimosas
al nuevo huésped de la casa de Holanda.

Incluso la más arisca de las aves,
dio su bendición, a aquel visitante
que había tardado cinco meses
en aceptar la tregua.

Aliet con el apodo de bruja.
Aafke y tres cacatúas con nombre
en el sofá rojo.

Ella, narró con sinceridad
lo acontecido en esos días
en que estuvieron separados.

Y mientras lloraba sobre su torso,
él acariciaba su nuca felina.

No hubo represalias ni regocijo.
Era su amigo y al oído, le dijo,
sabes que me gustan los animales
y en la villa heredada de mi padre;
siempre hay merodeando en busca de comida
o agua.

La semana pasada, falleció uno,
y le cavé una tumba
con mis propias manos
adornada de hojarasca.

Hoy, resucitas tú, Aliet.

En la vida de las personas cuando hay amistad verdadera o amor,
se aceptan garrapatas y liendres, sin excusas.

Gracias Señor Aafke.

Aliet y las tres cacatúas.








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