Repudio y exilio en ruina.
I
El ventilador no cesaba
de dibujar círculos sobre las cabezas
coronando la conversación
de una mater omnipotente.
Rompiendo la calima,
ella golpeó tibia la espalda
con peso de ala de mosca.
Y detrás de cada mechón le propuso un viaje.
Vete un mes a Glasgow. Allí no te conoce nadie.
Hablaré con la familia para que te aloje,
te revisará un médico
y no repararán en agasajarte para que tengas buena clientela.
En un mes: 20.000 euros, 30.000 euros, o más.
Dependerá de ti misma
si quieres volver rica
o sólo recuperar parte
de lo que te ha estafado ese bastardo.
II
En Quito hace calor, y los niños se bañan desnudos
mientras lanzan muescas
a la marisma de los langostinos.
Me levanté con una anguila hospedada
entre las vértebras.
No dando crédito al escorpión sonoro
de la canción de cuna,
de una madre a su primogénita.
Y empecé a deambular, perdida y ciega,
sin rumbo ni nido,
habiendo perdido todo el océano en una apuesta de gallos;
volviéndose hoja: el cuerpo en posición fetal,
una mancha en la tela,
un garbanzo.
Hasta no ser más que un tapón de cerveza.
y luego nada.
Cinco euros y dos céntimos
en un pequeño bolsillo azul
y toda la poesía que iba a parir en versos.
El ventilador no cesaba
de dibujar círculos sobre las cabezas
coronando la conversación
de una mater omnipotente.
Rompiendo la calima,
ella golpeó tibia la espalda
con peso de ala de mosca.
Y detrás de cada mechón le propuso un viaje.
Vete un mes a Glasgow. Allí no te conoce nadie.
Hablaré con la familia para que te aloje,
te revisará un médico
y no repararán en agasajarte para que tengas buena clientela.
En un mes: 20.000 euros, 30.000 euros, o más.
Dependerá de ti misma
si quieres volver rica
o sólo recuperar parte
de lo que te ha estafado ese bastardo.
II
En Quito hace calor, y los niños se bañan desnudos
mientras lanzan muescas
a la marisma de los langostinos.
Me levanté con una anguila hospedada
entre las vértebras.
No dando crédito al escorpión sonoro
de la canción de cuna,
de una madre a su primogénita.
Y empecé a deambular, perdida y ciega,
sin rumbo ni nido,
habiendo perdido todo el océano en una apuesta de gallos;
volviéndose hoja: el cuerpo en posición fetal,
una mancha en la tela,
un garbanzo.
Hasta no ser más que un tapón de cerveza.
y luego nada.
Cinco euros y dos céntimos
en un pequeño bolsillo azul
y toda la poesía que iba a parir en versos.
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