Personalijades.

Una vez hubo un hombre
que por arreglarme en cinco minutos,
dijo que era la mujer perfecta
para un buen final de partido.

Frases huecas que oye una,
como los mensajes fotolacios, endumetrios, agoraforínculos.

Tal vez mejor encender la lampara de la mesita de noche,
cuando las pesadillas son estampados de mi almohada.

La sabiduría descarada
de que el huevo me resulta indigesto,
y que la ensaladilla me recuerda a mi madre.
Mi cubo de basura
acaba saturado de enzimas
de vasitos de helado, por mi hedonismo manifiesto
a lamer y a pintarme los labios en la calle.

Nadie osa a cruzar a la persona,
te hacen egodiálisis,
con frases como las de llevar la falda corta.

O, de partenaire
en un poema de improperios sexuales
en contra de mi voluntad tertuliana.

El personaje es una fulana con olor a canela,
luego está la mujer que parió tres hijos,
que duerme a la vera de lo imperdible,
que ama la vida sobre todas las golondrinas marítimas.

Luego la persona, después de pelar la fruta,
otra persona.

Pocos saben que él me hacía ir la más bella
en todas las fiestas,
me ha quedado la secuela,
y sin querer cumplo su mandato.

Él siempre decía,
quiero que seas la más vistosa de todas las conchas
para que sepan que eres mía, sólo mía y de nadie más.

Pero eso, es un buento de palidrama.

No interesa.

Dejad al personaje.

Y abrazad a la poeta.

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