A beilar.

Noto la ligereza, de una mahonesa.

Sí, sé que su crisálida, la cual,
residía palatal
en los recovecos de las caderas
ha sido expulsada.

Tal vez de dormida,
tosí más de la cuenta,
y como un proyectil
se despidió
por una lente de la ventana.

Me muevo sonajero
y no escucho nada.

Los huesos rotos
por sus palabras
soldados han desertado.

Ya no te quiero canoa.

Te quiero remo.

¡Ya no hay música!

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