Lunes.

En un arrebato, tomé el rotulador rojo
y emprendí a latigazos el desmoronamiento de nuestra amistad.

La amistad no tiene el por qué
de los mismos colores complementarios,
ni la afiliación política
de que tú seas del Espadán
y yo del Mediterráneo.

Ya iba por mi segunda fechoría,
y alardear en una sábana blanca
mis memeces no fue del todo correcto,
y aún así, aunque te haya costado
tres meses, ni te imaginas la alegría
que supuso verte en aquel banco sentado,
como si en una acto casual, tu rodilla
hubiese emitido un dolor de corazón
y tu cuerpo acabara delante de la puerta de mi trabajo.

No sé cuanto tiempo, estuviste
y las veces que pensaste en retroceder,
en esa observación meteórica
de mis zapatillas descordadas.


Sólo comentarte que fue
tan brutal la impresión de tu retorno
que cuando nos abrazamos,
tu tórax ahogó
los pechos de las veces que he sido cruel contigo
y tú te hartaste.

Que suscribo, aunque sea lunes,
aunque te gusten los perros, y a mí, los gatos,
la semilla de nuestra vieja amistad de cipreses.

Sinceramente si me dan a elegir
entre la amistad
y un amor que lapida,
prefiero seguir cantando bajo la luna,
sin rotulador rojo que valga,
al amparo de que esta vez te respeto.



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