La merienda de las cerezas salvajes (Reflexión desde Alemania).

Si no le puedo feliz
y plancho su camiseta roja
con las uñas del castor.

Yaciendo aquí, en otro hemisferio
y los senos sienten troyanos sus anémonas empentas.
Igual que un cenicero lapidado
en una puerta,
donde no se debe

fumar o amar,
amar o fumar
y qué sé yo.



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