Algún día me perdonarás.

Apreciados esponsales:

Reconozco que no he sido vuestro plan previsto;

que no ha habido silla para mi descanso
ni mesa que sostuviera el plato eterno.

Él tirano, frente a mi vientre nube,

henchido por su semilla,
ya acordaba el preludio
de otro embarazo, igual que una luna
que arrastra más muertos a la orilla.

Los días en que sentada en el sofá

mi cuerpo como una flor mustia
escuchaba los ecos,
y sin fuerza, apenas, se movía el molinillo 
de mi sed
incapaz de apagar una cerilla.

Recuerdo como me vestían, la dictadura de la hiel

dibujando mapas en mi cara.

La soledad de la mesa.

La soledad de una silla.

Y ahora ante la comitiva

en moción de censura.

¿Entendéis todas las palabras que callé?


Que tal vez me casé hastiada,

que los juncos nacían atravesando la matriz,
qué tú querías
en pacto matrimonial
una mesa, una silla, un mueble.

Y yo solamente

tenía la llama incombustible
del fósforo
que paría poemas.

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