El gran enjambre.

I

Nadan las pirañas

en el lavabo, y un dedal,
que navegan entre escamas 
en esta aceptación.

II


En círculos de agua

el sonido dibuja sus pasos.

Son las tripas

de las aldeas en vigilia de difuntos.

III


Noto un cuchillo

en la pierna trabado, pero, la asesina 
bucea bajo sábanas
para sentir que existen despedidas
sin decir adiós.

IV


Dicen que los gallos y las jirafas

no amañan encuentros en selva,
te corroboro que jamás
cosería tu mirada a una puerta.

Abrir los embalses

para que la galera
te impulse lejos.

Lejos de la desesperación,

de aprender a vivir sin ti
con retales de vela.

V


Este amor de silencio,

de crispada cápsula de olvido,
de aspirina
en poso de veneno.

No hablo ya de nuestros,

el pronombre imperativo
de la felicidad.

VI


Si lo que no puede ser

se disfraza de cobardía,
pesco la luna en un charco de aseo
para que sepas que te amaré  en una eterna fotocopia.

VII


Hablaré desde la pecera,

de los tapones mal enroscados
en las cantimploras 
que más que gota de saliva
lloran.

VIII


Y qué castigo cometí

desembarcando al lado izquierdo,
de tu hígado de profeta,
en almas de color albaricoque
con huesos de monte y de cabras.

XIX


Viviré por siempre en un santuario,

de cebolleta en taxidermia,
de esquina de ángulo sin compás.

Lloraría, pero, prefiero abrazar

la corriente de esas fotos mal reveladas
que acontecen dentro de cajones 
en muebles de vertedero.

X


Tal vez el idioma del hueso roto

no sabe expresar y hiere en estocada.

Quise de puntillas

alcanzar tu corazón.

Pero las falanges

en fractura absurda
se convirtieron
en ceniza de cielo.

XI


Te amaré,

hasta cuando un jueves las rosas amarillas
vistan la partida
con el mar por manta,
con las montañas por lecho,
rosas amarillas,
la infidelidad del cuerpo
casada con el alma.

XII


Pirañas de chalecos verdes,

con afilado pensamiento
de algas rizadas en tendinitis.

Que duermen

a la espera de farolillos infantiles,
en campos de maíz
para decir que mi amor libre
fue devorado por los pescados azules de hombre,

Que duermen plácidos.

Con la incomprensión de que se hiera
a quién se ama si no provoca.

Por siempre pez.











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