Nací a la vera de un torrente.

Absurda necesidad imperiosa
esta que deslenguada habita
bajo una camiseta con tachuelas,
porque decir amor, es quedar, a un alpiste
del pico de un avellano, amor es demasiado escueto,
precariedad laboral de esta bestialidad
que como una gran alimaña
se enerva, se reduce a la mancha de lejía
de cualquier vaquero de mercado.

Te amo, sucede sin ningún avistamiento,
en forma de herpe mora bajo la piel,
leucoucitaria manera de ser más tuya.

No entiendo, si soy torrente,
si no llego a mar,
como puedes del cuerpo hacer una filigrana,
porcelana de escaparate,
cómo, di, lo pido por el cromo
que nunca encontré de niña,
por los besos que no recibí en mi infancia;
borrar esta secuencia, esta rabia de perra,
este trigo que crece en mis caderas;
cómo puede doler tanto el amor.
Quemarán hectáreas, decapitarán a las farolas
y todo será un petrolífero pensamiento.

No hay ni un minuto,
que yo no te ame, es cierta pues, que la muerte
no será en mi caso desventaja.

Fiel reptil,
lágrima en cubeta,
sexo contra sexo,
cómo puedes emular a las amapolas
de la perfidia de tu masculina mayúscula.

Te eliminaría del Facebook,
cambiaría de casa, me raparía el pelo
que exprimieron tus manos
gota a gata de giros constantes,
de qué sirve, si ya lo he hecho.

He huido.
Y he resucitado con tu mirada.

Sólo un reflexivo y un verbo
no sirve para explicar la rotura del hielo,
soy lo que soy, no hay nada detrás de mi máscara
porque cosidos
 hubiésemos levantado palafitos de palabras,
una obra de telón,
un dibujo mal careado de mis ovarios.

No se trata del éxito, o la jerarquía de la ebullición.
En esta noche que los grillos jadean su placer.

Se trataba, sólo de un hogar.


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