Espora de Miller.




La promesa del incumplimiento de no leer tu palabra
en el rebobinado de la canción
del color orégano.


Inevitable empresa
siendo lo más hermoso
que mi olfato ha conocido
de delfín-cotización.

Por eso deseo
quemar la córnea
al mirarte.

Enterrar la lengua ínsula
y los oídos taponar
con algodón egipcio
para no verte sin verte
ni amarte en condición
desalmada.

Este temblor acuático
de pestaña,
de hipocampo,
de hierba
con la ansia de contar las cañas
que faltan para abrir
estos brazos-paraguas
del encuentro con la muerte.

Tal vez, hubiese sido mejor
ser una mancha de café
en una página del listín amarillo,
entre apellidos numéricos
o en un barreño remojada
con nitratos.


El ensayo ratón
cuando acude al elefante-basílica,
con la evidencia Horacio
de mi enmienda
a mermar el entusiasmo,
a grapar las bocas
y hacer los dedos fantasmagóricos caracoles
para no despertar la yegua
que busca prado entre tu pecho.

Hablaré de tablas de multiplicación
y de la anatomía de los peces.

Me convertiré en un biombo
y la sombra procedente de mi corazón
será la cópula de la tierra con el agua.

Temo al suicidio de mi retina
abalanzada a la comisura.
El desafío catalejo
observando el planeta
de tu ojo.

Te amo lo suficiente para fingir
y saber que es un lúdico
diagrama, la elección neurótica
del turno de una loca,
como el dicho del prender fuego
en congelación absoluta.
Porque doler quema,
sentir ahoga
y yo agoto el aire
de tu mentira piedra
atada a mi pescuezo.

Viendo sin branquias
s
u
m
e
r
g
i
d
a
en raíz de junco. O-fe-lía.


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