Murfiélago.



Sorbo un café aguafuerte
buscando dentro del satélite ocular
aquellos recuerdos de aquella mordedura
que en este noviembre de uñero
por un desagüe de memoria
se filtra hasta con el último trago.

Si ilustrando en un papel un riñón
pudiera recuperar el órgano.
Y pintar el camino
a la artería que cuelga
como un pañuelo de niña en la alambrada
cerca de los bordes del río.

La cañada que parecía un paraguas sin membrana,
los imposibles, en esta tarea de tamizar
la líquida perplejidad por el embudo.

Gustó la trampa para acondicionar 
y el alacrán me besó en la frente;
tengo miedo de lágrimas,
no sé lo que acontece detrás de circunvalar la plaza
con mis dedos, gusanos de mar sobre la espalda desierta, 
la edificación de pirámides
que adora cada uno de sus topos.

Y quedo, como siempre, atrapada a la "incorrespondecia",
ensayada misiva delante del espejo
el expresar que ya no existe la esperanza 
de que tú y yo seamos, velódromo, circo, concurso, sombrero y llave.

Y te miento como un final de mes.
Y se acerca diciembre de paja rota
y llegará la primavera con los trinos del amianto.

Y los viajes.
Y el hueco entre dos sombras chinescas.
El hábito 
de poder contar conmigo.
A pesar de dibujar sonrisas, ojos que me vieron,
mimesis de una vida con recambio de cien hojas,
para un árbol que eres tú para mi bosque
"graffiteando" sueños, no realidades,
por eso me cuesta tanto 
el olvido entre cuadrículas.








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