Admiración.

Cuando en su retórica
se asemeja a una estatua
de rotonda, pienso la fortuna
de que haya nacido en el bando izquierdo,
implacable ante las injusticias
y analista cero universal.

Se planta allí crotón.
Con una verborrea de líder,
la cual me parece adorable
y puede visitar el hall
en cualquier cluedo.

Empieza a hablar,
y más, y se escucha,
y le miro,
y aun le amo tanto
porcentaje en rulos
y bigudíes de frases
que narran la necesidad
urgente que lo escuche.

La mesa, es el epicentro del diálogo
con él mismo, que trafica con la pausa, y me seduce aún a sabiendas
que no hay un milímetro de mi poética ralea
sin su propiedad.

La mesa plegable
de la balda
del recambio
del soporte
de alas
de silla-cohete
de tara
de envío
de queja

Hecha de la costilla
del mismo lado.

Me gusta cuando usa la politicona
del sistema, incomprensible la extrema perfección
si el sol tiene manchas
y la luna cráteres
y la piel se arruga
y el dinero no genera la respuesta.

Riquezas de luz, y estas manos
de uñas mal pintadas
que aplauden la elocuencia
igual que una tarde de lluvia
y tú eres agua de palabras.

La mesa y el dilema.




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