Ni un vaso de agua.

Existen países que nunca brilla el sol,
son raros rediles donde la gente pinta círculos
con la quimera que nazca una línea.

Lo he visto en lienzos, en neveras portátiles
de domingo.

Salgo expulsada de mi sueño,
y observo caminantes
con sobras en papel de plata para los gatos
que nunca volvieron.

Una pareja vestida de rojo
empuja los carros atiborrados de publicidad,
ellos, descansan sin cigarros en la boca.

Les pesa la tarea disciplinaria de cebar
a los buzones de precios.

Tampoco, entiendo amar a un cuerpo con el corazón de piedra,
no entiendo esa necesidad antropológica
de comer a una persona
su valía, rellenar de sexo su interior de río asentimental.

¿Cómo puede haber un fuego que no proceda de la madera?

Llenar de hojas un árbol
y talar al antojo de las expectativas.

Ya te dije que mi mayor riqueza eran, doce huesos de aceituna
y un abecedario capaz de derrocar imperios.

Vive en tu fantasía.
Y yo, rama de olivo, almendra lechal de tus ojos,
se acaba de fugar por la letrina en una pequeña ventana
de gasolinera 
ante el secuestro de tu coz.

Por eso, que pueden caer los calcetines del tejado
y adolecer tus bronquios en neumonía
que si con un beso mío sanaras, a esta hora de parte de mundo sin luz,
te prometo que voy a rechazar el prospecto.

Demasiado tiempo pintando esferas
con la recta a ningún punto,
más que el final.

Amar sin sentir, tasar la mejor oferta,
eso es tu oficio heredado,
y te absuelvo
de tu escribir de poema como el que defeca al horizonte.




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