Carta desde la cocina.

Querido Conrad:

 El tiempo pasa y a medida que la ducha fumiga tu indicio, voy rellenando los espacios
que en tu enmienda fueron la zona cero, de una mujer que le quiso como el semidiós que pensaba que era.  Ha habido horas de gran dificultad, porque en la última cosecha mezclaba con su exquisita manipulación la caricia con la crueldad desmesurada de una mano con guante de cuero que pedía limosna. Que ingenua fui, creyendo que usted forjaba el pilar de mi camino con su magia y atributos de hechicero, pero no, era yo que siempre con más luz, más fuego, más viento combatía los molinos de Quijote que crecían a su espalda y palmas abiertas. La única lactación es que fuiste un maestro, un gurú de ceremonias del sexo, un sexo que sin ternura en ocasiones me agujeraba en polillas que destruían ajenas a las bases del respeto. Ahora que somos dos piedras, que en ese retablo cada una de nuestras desventuras yacen en la policromía. Donde en público me negabas, donde no ha habido ni un elemento de cordura que no haya sentenciado que para ti fui una fulana, una putita sana, un trozo de carne dando vueltas en el microondas que daba de comer humeante a la bestia. Te amé sí, con empeño y sumisión, en clandestinidad, ante los ojos negros de los usuarios, en esa contienda tan bien orquestada de que te acosaba, y sabes, hoy que hace un mes que nuestros sexos hablaron en jerga, que con tus palabras recortabas la fotografía que veía que en realidad nada bueno moraba en tu pozo. Me alegro de haber despertado, a pesar, del síndrome de Estocolmo. De tus cien novias, de tus viajes, de la hipocresía de pedir moratorias y no ser sincero contigo mismo, y confesar que te sentías solo para compartir esos fragmentos que saneaban los traumas. Pero, odiabas, depender de mí, a la mantis pintada de azul, y por ello mortificabas. El sol ha muerto. Sigo mi ruta de tortuga hacia el mar, pensando que podía la amistad beneficiar el hachazo, pero, no quieres. Da igual, no importa, eso de ser una muñeca de papel hilada con la misma aguja ya no me interesa, no es fácil salir de tu secta, icono, alcatraz, espora. Y que conste que escribo cada uno de estos filamentos atada a una silla. Te deseo lo mejor, la felicidad que tanto buscas en una recámara sin cielo que para un sol es demasiada muerte. Adiós.

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