La certera despedida.

La ciudad caldeada
abre al verano
su entrepierna
y guarecida bajo la luz del prisma, si en algún momento
usted ha pensado en fuga
le diré con franqueza que no se ha equivocado.

La huida fue planeada
con benevolencia agraria
y la maleta como una olla a presión
con la compra de un pasaje a contracorriente
de las armas más coléricas.

Le abandoné roto en tu santidad sectaria;
mientras corría hacia la estación
observando el reflejo en las puertas automáticas
de su semblante de hombre ahorcado en un lladoner.

Le estaba abandonando
y usted lo sabía,
no podía seguir en ese intento frustrado
y le prometo
que no fue por su karma, aunque he de decir que ese espíritu
de posesión que se entramaba
me producía la urticaria más espantosa.

Y si se pregunta si pienso en su persona
desde la distancia de las gárgolas
le diré que sí.

Pero, ahora, no estoy para fiestas
ni relicarios.


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