La señora de la limpieza.

Sentados
en una repisa, en un desfiladero
de butacas.
Una que sube en el ascensor,
otra que pliega,
hasta el hombre que quiere
matriz en su vientre.

Pasan las farolas
a las tres de la mañana
y sólo un habitante
con una bolsa
en la línea, número 38.
Todos en coral hermética,
de mudez de boca,
de boca sin lengua,
lengua aborigen,
manos con sabor a lejía
y calcetines de rombos.
En este trayecto en que,
había prometido
que no iba a escribir un poema.
Pero, un grito de paritorio
nos devolvió a la vida.

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