Cartucho certificado.

Las tres de la  madrugada
y en algún lugar del mundo, llueve.

2954 palabras y 19548 caracteres en musculatura, 
unas con otras como migas de harina con agua
en la línea cuestionando su pasaje.

Si todas fuesen en conjunto,
unas tras otras,
capaces de desbordar el contenido.

Una lanza,
un catalejo,
un medidor con el espacio suficiente
para llegar a la estratosfera
y taponar el ozono.

Pensando en ellas y en su repercusión
una en vez 
como miembras de una secta
acopiando que en este silencio de monitor
van adquiriendo, ojos,
cara, forma e hidalgan más allá de lo tangible.

Letra boreal,
Látigo cervical del sustantivo.
Largura de trenza.

Sois un mundo dentro de otro mundo
igual que esta hora impar
con el presentimiento de que llueve en Brighton
y las plazas se llenan de caracoles
incapaces de escribir poesía
pero que hacen de un solo paso una estación de primavera.

Quisiera que este compendio
de motes lacrimógenos
no viajara hacia el interior como un punzón,
que no cayera dentro de un diente.

Llueve en alguna periferia. Y me acuerdo que todo,
sirve para algo y me acuerdo de todo,  mientras la impresora finge.

Y escupe folios manchados.











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