Locura contagiosa.

Cómo me duele que haya fenecido
y que sólo su presencia tope arandela
dentro de la víscera cinematográfica del verso.

Usted que fue omnívoro de la pleura
que hoja trepaba en esta mujer de martillo,
en la hiedra del color de todas las cosas,
en la deshabitada ruta
cuando de madrugada el búho en las farolas
iluminaba mi desdicha.

Le amo poética con su maraña
de alfabetos que entrecruzados
forman la familia que intentamos hermano recrear
con falta de confianza.

Ya, no reside en mi vociferio de pizza congelada
y trío de gatos en busca.
No, ya no hay dolor posible al metal pesado
o, a la leche agría que usted quiso hacer parecer
con su repudio delante de los jueces y
su arte de subtítulos.

Vive Muso hasta el fin de los días,
mientras en la otra secuencia, mi mano ya esta amarrada
por el futuro que besa tréboles
en cada ápice de la arcilla.

Usted mito, engendro del Siglo de las Luces
será espora aún cuando duerma en melodía,
nota desafinada e hiriente.

Presa en su pentágrama sol feo
que quema todas las esperanzas posibles.

Y ahora aprended a vivir con el submundo ambiguo
a dos pasos de las elecciones.

De no saber nunca
el camino correcto.



                                                      La muerte de Marat. (Jacques Louis David)

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