Tentáculo de los radios.

I

Cruzando el corredor número ocho
con la fragancia del detergente
y de puntillas con la resilencia de un estante
casi vuelco, casi vuelvo.

Tan fácil que he bañado otros diques,
tan difícil de contar sin dedos ni memoria.

¿Puede existir amor en el verdugo?

Con su tacto dulce acariciando la nuca de su guadaña
convertido en mutantes ortopédicos
en su analogía sexual,
por delante o por detrás.

¿Cual es la salida?

II

Amor, antítesis de cestas de la compra
alineadas en el atardecer de este refresco sin gas
con las manos convertidas en ancas,
y la espera de un faro sin bombilla
metido en un guiño.

III

Qué me odias, por todos es sabido
y en la patética forma que los cuerpos celestes
se repelen igual se atraen (la ley de Duck)
en la gravedad
de
todos los muertos
con más vida que un pelo de castor
en tu molino.

No te quiero
abrumar con el florín lingüista
diestra innata
que avasalla hasta el estoque.

Basta, vasto, de guerra.

¿En qué nos hemos convertido?
¿Por qué nuestra felicidad, era silenciosa?

Y se profanó con la publicidad del Alcampo.
Maldita codicia de la fam, fam, fam, fama.

Muñecos de corcho metidos en un auto
a cien kilómetros por hora
en la base de pruebas.

¿Se termina el amor, cuando empieza el delfín a dibujar con su pico círculos?

Retrato poético de nuestro oficio,

yo, en una peluquera con los pechos cortados vendiendo prótesis de nylon
y tú, en un ejecutor de chaqueta azul
con la hemiplejía de la palabras.

Arrastrando el rencor del hemisferio este
hasta los alcantarillados en disolución.

Tanta rabia envenena el agua
y contamina el pozo interno
de la paz, amigo, de la paz y a seguir caminos ambidiestros

pasillo a pasillo de casa.

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