Sin título.

No entiende de etimologías
sólo de paraguas abiertos en días de lluvia, que la echaron como si fuese una epidemia maldita,
una leprosa de vendas con los brazos-encabestrillos a sus propios pulmones,
y como un saco de sal, la lanzaron a la deriva
a un bote, destino La vida veneciana.

Y mientras repudiada se alejaba de su firmamento
los ojos impasibles
no lloraron ni una lágrima,
ya se encargaría de ello, el páncreas
y las vísceras que bailan antiguos,
sortilegios de una esperanza que aniquila con pinchos.
Pobre erizo relegado
al idioma de ultratumba, a hablar a través de un grueso muro
sabiendo donde moran
nuestros restos, esta forma de poderle tocarle sin manos,
el correccional impuesto a la impiedad que procesó usted a su persona de Antígona reflejo.

He de decir en este ostracismo impuesto por usted
en esa corrompida magnificencia
siendo más que un fantasma que chirría sola con su cadena,
que le ruego que no se rinda. Que amarre el bisturí y zanje las páginas.
La soberbia del poeta
no deja de ser otro caso de desesperación mundana.

Llene cada hueco con la almendra
sagrada del tiempo
que en vida vale poco con el poema
y que cuando ya nos hayan descuartizado lo suficiente
y expongan nuestras deposiciones con bonitos rectánculos
de códigos de barra
cotizará la salvación eterna sobre nuestros cadáveres.

Ya sé que mi voz no es más que una mosca sobre el melón.
Pero por si las moscas, no prive al melón, a su harén,
al canibalismo de mis pupilas
que se vencen ante el poema
en esta isla de tullidos ardidos por el fuego.

No, no se rinda.

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