Cosmos son las cosas, amigo Sancho.

Mis manos, mesetas de campos de Castilla,
áridas por la caricias no dadas,
en ramificación  haciendo veredas de cabras con mucha falta de lluvia
y con falta de lluvia mucha
que los afluentes 
no ejercen de afluentes
por las grietas de estas extremidades doctas.

Aún así, él, la perfidia, el frenesí,
la aceituna parida de árbol.
el bosque de las judías,
el páramo guijarro de estos trozos de carne
que aún respiran.
Con la incertidumbre
de no creer mi boca lo suficiente,
desembocó la espuma de afeitar entre los nudillos y las falanges
y enjaboné con mis palmas su mandíbula de hombre de radios.

Mis manos eran dos mares, dos mares revueltos de melancolía.

Como una novicia que espera el sagrado mandamiento
de deslizar cada una de las calladas
porque usted ni se imagina lo que habla la peca
en nervios de ramas que nacen a la vera 
y acaban arrolladas 
por los ciclistas de la noche.

Como la piedra extirpada de la mina.
Como el brote del ojo a la lágrima.
Como la hendidura del carromato.
Como todos los como por los asomos.

Le afeité en espuma con la candidez
de una estúpida que sabe usar el florete de la aguda
pero en ministerios de rimas amorosas
tiembla como una moneda que cae en el foso.

Almenas aparte, y sortilegios
crea que yo,  
esta versada de escombros, nunca, había afeitado a un hombre.


Y sentí todos los como, que se comen sin razón.
Y creí en la salvación humana.
Y la pluma del flamenco.
Y la hogaza del pan en vientre de niño.
Y el tren pasando el cerro hacia los juzgados.
Y un reclutamientos de conjunciones
griegas, y, y, y, y, y hasta en un consenso de gobierno con íes latinas.

El jadeo del escribano al cerrar lo ojos.

Cerrar los ojos,
acariciar con la cuchilla 
la verdad.





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