La moneda.

Atardece en la secuencia y debe percatar
que en esta cesión de aves convertidas en asado,
no queda en este mísero cuerpo 
una caricia sur suya, que los barcos se abrieron en latas, 
que alejados perviven con las delicias chinas 
convertidas en un procesador de materia congelada.

Es ya muy prolija, elocuente, parasitaria faz que puebla
la telilla que recubre mis ojos, cristalino de amoniaco,
de tu ojos, de nariz, de orificio, de surco nasal de punta
de hueso a la mandíbula.

Y mientras como la carne de mi propia carne.
Y la luna se ha convertido en el blanco
de los francotiradores.

Me muele un área sin determinar.
Un hocico, un llavero de pata de conejo, un lagarto disfrazado de peluche.

Si esa fue nuestra suerte.

Este distanciamiento de cometas.
Esta amputación poética.
Este sacamuelas, tenazas, pinza, pellizco
que me tiene
como las bragas aguadas en barreño de lejía.

Pienso en usted, y la necrosis
de las perpetuas

del dolor con forma de pera.

Como hizo usted con mi sonrisa.

Poemas tras poema, en que pasa el tiempo, y yo de cuclillas
devoro los volátiles.

De no saber ya nada.
Ni de usted, ni de yo misma.

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