Generaciones.

Juegan los primogénitos
con los abecedarios en el cielo
de la frescura del vaso de agua
después del camino.

Sus caras lavadas al viento
aún sin nombre gritan.

Y  me gusta escuchar sus voces
de nácares contenidos que maceran.

Ellos con sus brazos modulan con ahínco los cordeles de las cometas
contra las embestidas de las estanques.

El saber, que pueden del cincel a martillazos hacer la escultura, 
es siempre un alivio porque cuando ellos dispongan de mi edad
la sal  habrá caído en la playa
y posiblemente
yo estaré muerta
para ver como miran a los nuevos sostenedores del mundo.

Mientras desde las rocas las palmeras.

Así es la vida, la ley, la concepción perpetua del poema y su gente de labranza.



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