Punto y coma de volantes.


En el adoquín de la noche
con la luz encendida
abrir las ventanas, no contender el llanto literario
que como un sarpullido es la carcoma
del ecosistema del poeta en desuso.

Necesita escribir en la ciudad de los muertos
a las tres de la mañana, para el profano
que cree que dicta la voz el averno;
en el rato del hilo de que colgó
como una araña en el tejido de un traje de Zara.

Desea escribir
con todas las fuerzas
al desparpajo de la luciérnaga
iluminada por la pantalla de un móvil.

Con la comprensión de los renglones
que escalan a la locura en vuelos de avión
de países donde nunca ocurre 
gacela,
nada,
baches
y pista.

Escribir, una banalidad de tigres salvavidas.


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