Tifón de las ánimas.

De qué sirve el ruido de la guillotina
cuando otoñal cede su hoja en el cuello.

Presa del varadero que intercambia la angustia
al terremoto de las iguanas
y diluye el cianuro
como la mancha de sangre en el lavabo después del suicidio.

No, no deseo el bestiario de aquellos días arrecifes,
donde la dama caía con vestido caladero
y los vacíos paseaban con café rancio
en detrimento de la caricia.
La negación del beso que tanto traficó,
en purgas que erosionaban al mar.

En este aceitunero apoyo mi cabeza, qué importa,
si el filo agudiza y la nuca pende de la cuerda
con el corazón entre sus manos,
desguace de mujer viva con el Adviento.

En hombría de método, en brisa boca,
amor, cuenta la hebra y tuerce la puntada,
que cosida prefiero morir en tu tierra
lejos del marino león que canta a sirenas
porque en ti puedo morir y nacer, y morir y nacer.

El pasado no era más que una hamburguesa,
comida por las hormigas
en la bahía de los contenedores.

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