El deshielo del sentido común.

Y resulta que existen jornadas laborales de conversaciones pendientes.

Te da por hablar con los que se fueron,
con los que se apearon sin notificación asintiendo el rasguño
de la balanza, de aquella amistad que vestía de azul los momentos,
siempre, con la palabra adecuada, con el ritmo de la justa vehemencia que no se puede descarrilar,
el hierro que sabe a miga,
el limo de todo trance con el papel de la mediadora
de la brújula de los idos, en estas conversaciones de mutilada
entre un cerebro de cata de vinos,
para los que se fueron.

Con el año, con el copo,
con el agua vertida de los cubiletes.

Y te da la espina
por no dar la rosa que duele,
la ausencia de los batalladores de los hilos hechos embuste,
de la paz en tertulia,
la malabarista de la experiencia,
hablar por hablar,
justo en el diapasón que emite la ola acústica
de los que se fueron y aún están sentados cerca
mirando como se desintegra la primavera de los poetas sin lecho.

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