El maullido de los ultravioletas.

I

No es un gato negro, pero, es un gato.

II

En la consulta, el médico cumplía su labor de espeleólogo,
con su casco de minero iluminaba
cachos de piel 
como el pintador de mares en una cartulina.

Desnuda, cerré los ojos, ante la inspección rutinaria, y me convertí
en un planetario lleno de manchas celestes.

Cada peca, era una casa.

Una casa con una historia,
con los rastros del beso
y el grito silencioso por el golpe.

El cielo que se parece a una familia.

El buen hacedor de astrónomas
en el silencio de los curiosos de las galaxias
leía los posos del café degradado
de cada una de mis constelaciones
marcadas a sol 
en mi cuerpo de soldadura.

Algunas parecen lunares que abren bocas funestas,
otras, calladas duermen a la espera de su turno.

Les gusta expandirse
igual que las estrellas,
igual que los volcanes supurando lava.

Ellas saben que soy su universo.

Y el hombre de ciencia las interroga
para que no me coman la vida.

Ser helio, y ser consumida por helio.
No soy un astro, pero soy naranja.

Ardo en casa, en gato, en melodía.
Del frío que quema en paradoja.

Una mujer con las secuelas de aquellos veranos locos.

Ya no soy joven, pero, me siento niña.

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