Rojo tirando a terciopelo.

Nuestro paraíso se sitúa
en una lavandería de la avenida.

Con máquinas de efectos múltiples
que contemplan intrigadas.

A los amantes industriales.

Resacosos de la marea,
los únicos peones fuera de órbita,
en una sala de electrodomésticos
que mudos apuestan
la caída de las almas.

Me siento tan afín a tu ganglio,
a la intemperie de las cajas en montones
y basura que cuenta bajito historias 
de cenas
y desaliños.

Que nos miramos bajo el fluorescente
y rescato de mi memoria
un juego de letras.

En el tiempo que nos centrifuga.

Y por si acaso se acorta la luz 
de la noche, rodeados de los metales embudos,
que en el ayer habitaban como un ruido solitario
 en mi cocina. Decir, que te quiero.

Como un diamante que se guarda
dentro del silencio.




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