Después del tendido.

En el lecho coronaba una pila 
de pantalones, 
de camisetas flacas y gruesas,
de calcetines solteros en busca de la cópula
y al ordenar el desquicio,
uno, quedó huérfano como la estirada oruga de tejido
en que se asemeja cuando ningún pie la habita.

Su cama abrigaba la omnipresente montaña,
de ropa del derecho, del revés de equipajes
de otras mujeres, de otros hoteles,
de colores caóticos del bosque en el crepúsculo:
pardos, oscuridad, verdes militares y chocolates 
en tierra que perfilaban la geografía del hombre que hoy, por hoy amo,
y venero, el que no posee temor, y dice mirando a las baldosas de la cocina
que soy valiente. No considero que lo sea, simplemente,
apuesto a la vida, antes de que engulla,
no dejo que la bacanal de la colada
sea ni por un momento
la maraña de la horda de los pensamientos.

Con la manía infantil le cuadré
las toallas con sus picos en cartabón,
las sábanas beatificadas con el sueño,
en armonía textil y amorosa,
porque quiero que este bache se supere
como cortinas arrancadas de los ojos.

Puestas en torres que se atreven a desafiar a la orilla,
con cada prenda con su función 
más esperanzadora, una maniobra de aseo, 
de saber que no estás solo,
y qué caiga quién caiga
no dejar que la avalancha nos coma,
no al extravío en el biombo,
y condonar que el calcetín de franjas lilas
sea el testimonio
de lo que un ayer padecimos
porque cualquier noche de éstas
será una bella polilla de poliéster.



Imagen tomada de Internet.

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