Dar y recibir, no es sólo dar.

En ocasiones, el espíritu
precisa un pan.
La saciedad
de un simple afecto
que puede ser el mejor soldado
para las defensas, almenas de cal,
que nos protegen de los oscuros.

Del goteo, del pesamiento, del ir y el venir
de esta extraña agonía, que colma
el suelo de mi cocina con el agua
de fregar del cubo.

Duermo mal, y esta acidez mezclada
con temor no cesa en su contraataque.
Y eso se traduce en un libro de cansancios.
En el cuerpo oxidado. La cara henchida.
Un plomo, un beso de uranio.
Una toxicidad patente.
Un churro.
Un resquicio de resquicio.
Y ya lleva tiempo hincando
sus colmillos esta aparatosidad de
monstruo con efectos secundarios.
La tristeza.

En ocasiones, me gustaría un abrazo.
Y sentir que estás a mi vera,
cerca de estas ruinas de mujer.

Y dijeras:
-Todo saldrá bien.
No estás desterrada.
Ni enferma.

Y susurraras con olor a cerezas.

-Todo, todo saldrá bien.
Porque lucharemos juntos.

Pero, tengo noches.
Y noches en que despierto
con falta de aire, de raíz, de abrazos.
De verdad, faltada.


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