El rey del rock ha muerto.

Llevas demasiado tiempo,
te has acostumbrado a
rodar por los pasillos y a
guarecerte sobre la tapa de un váter.

Escuchando las canciones, apaisamientos
de ritmos de moda para hacer que la felicidad
se mueva, el culo se mueva, la mano pague o reciba como en trueque apostólico
donde la mercancía es uno mismo, cretina servicial, el enquistar de sobrevivir en un centro comercial.
Foco tras hora, oferta tras semana.

Llevas demasiado tiempo, rata de escaparate, emulando a la cadena de montaña, con el jersey en la punta de la lengua. Con hilo de cabello de mujer que duerme con su máquina de coser.
En esta alcantarilla, los túneles rebosan estampitas, el pueblo se atropella uno con otro. El regalo: la fábula, el manjar, la restauración del Almax, de las revistas de famosos enseñando el lujo árbol como un exhibicionista de psicópata.

Demasiado tiempo en la caverna. El miedo escénico se ha apoderado de ti, padeces fobias y la terapia te palmea sobre la espalda. La tos no te abandona, y habrá que bendecirla.
El amigo invisible, más invisible que nunca.
Estoy cansada. Me duelen los callos, los gorriones vuelan dentro de poemas de Bécquer, o eran gaviotas, o buitres. Sí, ya sólo leo la próxima campaña.
No me acuerdo, creo que llevo demasiado tiempo en el barracón del sistema de un parque monoteísta.
Disculpad, mi atrevimiento, de soldadura sin fusilamiento.
El poema también te mata. Y son muchos de dependienta detrás del mostrador.

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