No voy a cambiar nunca

No hace falta que corras
porque aunque regreses
ya nada será lo mismo.
Tu ausencia no ha sido el detonante.
Hace mucho que fui yo
la que cogió las maletas de los empeños.
Y disfrazó su sombra
de serpiente.
Me entregué a otro hombre
como la tela que veloz
es troquelada por la aguja
de una máquina de coser.
En cada repunte
la nada navegaba en contra,
en contra de los principios,
de los rayos de estanco,
de las rémoras en agua
decorando el jarrón de las
horas muertas con sus flores.
Me he vaciado.
Y mucho.
Soy un pantano seco.
Tengo en mi cuerpo cuatro manos,
marcadas al sexo.
Y ninguna vergüenza
de sentir el trópico de capricornio
de retozar con el amante.
Él que en secreto, también, es mi compadre.
Sentir el verano
en diciembre.
Y darme cuenta que
realmente he sido yo que
con mis bragas y miserias
la que se sentó en un bar de esquina.
Y gozó la plegaria porque el abandono
huele a muerto.
Y entre sus pliegues
me siento viva, mujer, la marisma de Florida.

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